jueves, julio 31, 2025
Humanidades

La poesía como herramienta de vida

Sin máscaras ni etiquetas, escribiendo para latir, para soltar lo que nos vibra, duele, estimula y nace. Ese impulso vital tan necesario como respirar que conforman la lectura como inspiración y la escritura como expiración, recreó un ágora en la que escucharnos.

Improvisamos, experimentamos, jugamos con el collage, con palabras que no estaban destinadas a encontrarseno para hallar respuestas, sino para proyectar preguntas. Cada miércoles, reunidas en torno al papel, al lápiz y a la tinta, nos maravillamos con los versos propuestos en una tímida aproximación, desde esa emoción tan femenina que es la impostura y con el miedo al desafío que supone definir la vida. Nos negamos para afirmarnos “…ni siquiera soy un pájaro/pero podría echar a volar/en cualquier momento.”(“Yo no soy el pájaro que sueñas”, de Irati Iturriza)nos dibujamos a través de la escritura para liberarnos y tratar de evitar caer en lugares comunes que solo difuminan y confunden. Aprendimos a amar la singularidad de nuestras cicatrices “…Las cicatrices, pues, son las costuras/de la memoria/un remate imperfecto que nos sana/dañándonos” (“Las cicatrices”, de Piedad Bonnet) y a crecer con ellas. Aplicamos la escritura como terapia y autoconocimiento, creando un mapa corporal para reconciliarnos con nuestro cuerpo y desterrarlo como corsé opresor. Redactamos instrucciones para vivir la vida fuera de lo puramente funcional, buscamos la paz y la euforia, nos vaciamos para llenarnos, describimos la memoria, estampamos y fusionamos palabras para retratar la vida. Buceamos en la poesía como herramienta restauradora de nuestro yo azotado por el tiempo y los daños, los abrazos rotos, las despedidas y los duelos, en un mundo que pronto aprendimos como un lugar no seguro, en el que caminamos a tientas, procurando no dañar(nos) demasiado.

Afrontamos rutas, ciudades y personas, por puro aprendizaje, deleite y gratitud. La poesía plantea preguntas sin respuesta, nos salva de un estado de guerra permanente que lo destruye todo, excepto la memoria y el futuro. Sedientos de luz, serenidad y silencio como atrezo, los amantes de la poesía buscan la belleza en lo cotidiano, se niegan a mutilar la esperanza, sabedores de que a veces, de las rocas, nacen amapolas. Escriben para romper los silencios no escogidos, porque la palabra es el arma más potente. ¿Para qué? Para que no triunfen los egos que disparan miedo para anestesiar conciencias. “Porque un pedazo de tela no puede ser un hogar”. Escriben para no rendirse y para que el dolor no quede impune, para que la mentira sea un monstruo frágil y la memoria no nos deje mirar hacia el lado de la indiferencia. Los poetas acorralan a la hipocresía y a esa falsa sostenibilidad de lo insostenible que se nos ha vendido, maldiciendo la pretensión y la autocomplacencia del sistema. Escudriñan las falsas verdades. Nos desvían del camino de la sumisión. “No, así no, así nunca” es una sentencia que nos salva y hace pequeñas a las dictaduras, en cualquiera de sus manifestaciones. Buscan una explosión de luz que niegue a la sinrazón, que nos alerte de guerras silenciosas y sibilinas.

Nosotras, aspirantes a poetas, a través de ellos y de los ecos de otros descubrimos nuestra voz poética, hacemos hermandad y construimos una habitación propia y compartida, inmaterial, recreada en cada cita. Salimos a la calle y buscamos la poesía en los gestos cotidianos, en las fachadas vibrantes de historia, los sonidos familiares de las a veces tan denostadas rutinas, los colores que marcan los cambios de las estaciones y desbocan suspiros que no logran parar el tiempo. Recuperamos la inocencia como cimiento para extraer el sentido de lo que realmente importa. Queremos desenmascarar la simulada bondad de rostros aparentemente inofensivos, porque el arma más letal de la maldad es el anonimato. Desde dentro, hacia afuera y viceversa. En los silencios y en el caos, en lo no escrito, en las entrañas y en lo invisible, que, como apuntó Saint- Exupéry, cobijan lo esencial.

(c) Beatriz Rey, texto y fotografía de “Txusmi” Sáez

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