LXII Poetry Jam Extitxu
El Estitxu abre una vez más sus puertas a una cita de voces en verso.
Con los de siempre y con ecos nuevos, en este espacio tan hogar y tan nuestro. Gracias a Bolo, por oficiar la ceremonia y a Intxo por hacernos sentir como en casa. Son muchos los versos que han bailado entre estas copas.
OLOR A TIERRA MOJADA, de Raquel Castro Zapatero
Raquel clama un retorno a los días felices en los que aún no sabíamos ponerle nombre a las emociones, a los olores, a ese tiempo de tardes de verano eternas, en las que aún no habíamos perdido la capacidad de maravillarnos con la vida. “Olor a tierra mojada” es un grito, un reclamo de los sentidos perdidos, de los empachos de azúcar e ilusión ante la magia, una búsqueda de los sonidos callados, de cientos de primeras veces que se desorientaron en algún punto del camino.
Raquel desnuda su alma y confiesa que la poesía es su refugio, “ese inhalar esperanza para exhalar agonía”, que nos deja mudos por un momento. Escarba en la tierra, acaricia sus raíces, busca inagotable entre todos los elementos, agua, tierra, aire, el fuego que calme el frío y nos devuelva el norte, que recomponga los calendarios caídos, los abrazos de mamá, que nos permita, sólo por una vez, ganarle la batalla al tiempo. La voz de Raquel es un manifiesto inquieto que no ha perdido la curiosidad, que le canta a la luna y busca nuevas dimensiones en las aguas, que cerrando los ojos aún recuerda el aroma a alfalfa, ve la hierba agostada y oye la voz del abuelo. Buscadla.
MICRO ABIERTO
El escenario se abre paso y Loli Canillas recorre Vitoria a vista de pájaro; Ana Osés le pone voz a Montse y ambas visten de novia a la luna e indagan sus secretos, Fran García suelta sus cadenas en el mar. Raúl Sánchez Alegría interpreta (y cómo) la ternura palpitante de Susana Romero, invocando a un amor siempre insuficiente. Mamen Solana burla la muerte a golpe de besos, buscando pasados y certezas. Javier Duque esquiva el caos con caleiodoscopios inexplicables, grita posotivismo, desnuda sus aristas y denosta las alambradas y los horizontes cercados. Ana Hueto pugna feminismo, Sandra Maturana corre en pos del tiempo perdido, Blanca Ochoa pone a salvo el humor y el amor de la solemnidad de la guadaña, Ania Otaola nos arrastra con su voz propia, con ese versar tan suyo, Bolo declama a César Ballesteros, seguro de que hay voces que no pueden apagarse, Edurne, disfraza de fragilidad su luz inagotable. Azalea Beltz fotografía la inmigración de los sesenta, en una Vitoria vetusta y fría que menospreciaba acentos ajenos, arrinconándolos entre bastidores, no fuera a ser que deslucieran la postal. Laura Navarrete nos emociona con despedidas, debatiéndose entre besos o flores, acurrucándose en finales abiertos y desconocidos.
BAJOPIEL, de Susana Moreno Prieto
Susana denuncia una infancia robada, despojada de risas, precipitada al vacío por monstruos que demasiado a menudo barremos y escondemos debajo de la alfombra: si no lo cuentas no ha pasado, si lo callas no duele, si lo ocultas no da vergüenza, mira hacia otro lado y será sólo un mal sueño. Pero la carnicería es real y los daños son infinitos. La poeta rompe esas cadenas, exige el clamor de las voces dormidas, seca las lágrimas, transforma el dolor en fuerza y sentencia: jaque mate.
Sus versos son un canto al amor propio, una búsqueda de identidades robadas, de rincones inexplorados, ahogados por vergüenzas ajenas. Son versos que laten, que invitan a bucear en uno mismo, a reconocerse, reinventarse y reconquistar espacios. Esta antología araña, estremece, convulsiona y reconforta, todo a la vez, sí. Escoged un rincón, leedla sin prisas.