FIAR: Confiar en lo pequeño, tejer lo común
Hay festivales que llegan con luces, pantallas y escenarios monumentales. Y hay otros que aparecen casi en silencio, con una delicadeza que conmueve. FIAR —Festival Itinerante de Arte Relacional de Álava— pertenece a estos últimos. No busca ocupar el territorio, sino habitarlo; no pretende mostrar, sino encontrarse.
Del 8 al 12 de octubre, FIAR desplegó su primera edición entre Vitoria-Gasteiz, Arraia-Maeztu, Kuartango, Ondategi, Murgia y la Sierra de Entzia, como un hilo que recorre el mapa uniendo lugares, personas y memorias. Un festival que se define por lo que hace, pero sobre todo por cómo lo hace: desde la escucha, la cercanía y el deseo de sostener la vida a través del arte.
Alejándose de la lógica del “festival-escaparate”, FIAR nace para acortar distancias, romper jerarquías y borrar fronteras entre disciplinas, entre artistas y público, entre cultura y ciudadanía. Es un encuentro que apuesta por lo relacional, lo cotidiano y lo compartido, entendiendo que la cultura no se produce: se cultiva.
Detrás de esta iniciativa están Iara Solano Arana, artista e investigadora del ámbito de las artes escénicas y performativas, y Beatriz Lagartos, ambientóloga especializada en sostenibilidad. Dos creadoras que entrelazan el arte y la ecología, la percepción y el territorio, la estética y la ética. Juntas, tejen un proyecto que concibe la cultura como un ecosistema vivo, donde crear es también cuidar, donde cada gesto cotidiano puede ser profundamente transformador.
El nombre no podría ser más elocuente: FIAR, como acto de confianza, como verbo que hila y sostiene. Un nombre elegido con intención, con cariño, con esa fe en lo pequeño que no necesita gritar para resonar.
Su programación, vibrante y sensible, fue una constelación de experiencias que invitaban al cuerpo, a la memoria y a la relación:
Geosensibles, de Beatriz Lagartos, propuso una caminata sensorial por la Sierra de Entzia, un diálogo con el paisaje desde la escucha profunda.

Objetuario, de Ana Ulloa, convirtió los objetos cotidianos en archivos vivos, recordándonos que cada cosa guarda una historia que nos pertenece a todos.

Gymkhana, de Aurora Diago, invitó a jugar y a reflexionar sobre los cuidados, entre el humor, la ternura y el movimiento.

La Oficina de Donaciones de Historias de Amor, de Clara García Fraile, recogió y regaló relatos amorosos con la misma naturalidad con la que se entrega una flor.

La Voz que Habita, de Gentzane Martínez de Cestafe y Porpol Teatro, dio palabra a jóvenes de entre 15 y 18 años que transformaron la plaza en un espacio de escucha mutua.

Y todo ello acompañado de un Encuentro sobre Cultura y Sostenibilidad, una conversación que abrió el festival con palabras que todavía resuenan en mi y que provocaron preguntas:
“¿Qué prácticas culturales sostienen la vida?”
“¿Cómo cuido yo, en mi hacer cultural?”
“¿Qué estamos dejando morir?”
“¿Quien soy en mi cultura?”

No se trató de responderlas, sino de sostenerlas y de escucharlas en comunidad. Aunque ese primer encuentro, en mi, sí removió mi identidad como productora de cultura y como consumidora de la misma. Tuve un paseo de reflexión y me resultó curioso e interesante, en un mundo en el que ya pocas cosas provocan paseos con voz interior y cara de pensamiento… Pero este fue mi primer contacto con FIAR y quería plasmarlo.
FIAR no busca espectadores: busca presencias. No impone discursos: invita a sentir. Y eso se nota. En cada gesto, en cada mirada compartida, en el modo en que el público es parte del tejido.
Como actriz, narradora y agente cultural, me encontré allí con algo poco común: una red que abraza. En una sala pequeña, se desplegaron mundos enormes. En un grupo reducido, se abrieron conversaciones infinitas. En una caminata, la montaña nos habló. Y en cada propuesta, latía una certeza: que lo pequeño no es menor, es esencial.
FIAR es una forma de estar en el mundo. Es un verbo en presente. Una promesa tejida con paciencia, con afecto, con esa confianza que solo florece cuando el arte y la vida se miran de frente.
Quizá eso sea lo que más me conmovió: sentir que este festival no quiere convencer, sino acompañar. Que su lenguaje es el del cuidado. Que en tiempos de urgencia y ruido, FIAR propone parar, respirar, escuchar y creer.
Porque al final, como su propio nombre murmura, de eso se trata:
de fiar los hilos que nos unen,
de fiar las palabras que nos sostienen,
de fiar el arte a la ternura,
y la cultura, al amor.
Y yo, que suelo moverme entre escenarios, historias y silencios, me fui de FIAR con una sensación clara: algo ha comenzado aquí, algo pequeño y poderoso que merece quedarse. Un festival que no solo se celebra: se confía, se comparte, se cuida.
¡Os esperamos en al segunda edición!
(c) Arantza Cordero, texto; fotografías, FIAR
