sábado, octubre 11, 2025
Salud

¿Nos diagnosticarán algún día los robots? Lo que he aprendido en un Máster de Innovación en Ciencias Sanitarias

Como médica de Urgencias, estoy acostumbrada a tratar con el lado humano (y vulnerable) de la vida. Sin embargo, a la vez debo mantenerme al día sobre cualquier novedad que pueda afectar a mi trabajo, lo cual incluye los últimos avances tecnológicos. Por eso acabo de cursar un posgrado en Innovación Sanitaria, un campo que he encontrado fascinante, pero que al mismo tiempo me ha hecho plantearme múltiples dilemas éticos.

Muchas técnicas que se creían imposibles hace menos de una década han dejado de ser ciencia ficción. Están poniéndose en práctica ahora, en los quirófanos, en las consultas y hasta en tu muñeca. Sin embargo, no todos los avances son accesibles en nuestro medio, ni tampoco recomendables para todos los casos. 

Y como otra de mis funciones como sanitaria es compartir este saber —desde el rigor y sin caer en el sensacionalismo fácil— voy a procurar transmitir para ti, lectora, lector, una pincelada de todo lo que he aprendido en este máster a lo largo de este año.

Trajes a medida contra la enfermedad: la medicina personalizada

Hasta ahora, la medicina ha funcionado de forma parecida a la de la ropa de talla única: un mismo tratamiento para todos los que tienen una misma enfermedad. Pero, ¿y si pudiéramos diseñar una terapia que encaje contigo como un guante? En eso consiste la llamada “medicina de precisión”.

Para que te hagas una idea, piensa en una mujer a la que acaban de diagnosticar un cáncer de mama. Antes, su camino más probable era una quimioterapia general, de esas que atacan casi todo lo que encuentran a su paso, lo bueno y lo malo. Hoy, se hace algo mucho más preciso: se analiza el tumor a nivel genético, para descubrir si tiene una alteración específica. Entonces, en lugar de “bombardear a ciegas”, se proporciona un fármaco diseñado como una llave que encaja solo en la cerradura de esas células tumorales. El resultado es un tratamiento mucho más eficaz y con menos efectos secundarios devastadores.

Y esto es solo el principio. Imagina que en unos años, para tratar una depresión, podamos analizar tu ADN y saber qué antidepresivo te funcionará mejor a la primera, ahorrándote meses de prueba y error. O elegir el medicamento para la tensión arterial que mejor se adapta a tu metabolismo. Es medicina con tu nombre y apellidos y está a la vuelta de la esquina.

El médico en tu salón: la telemedicina bien entendida

La pandemia puso de manifiesto que no siempre hace falta ir al centro de salud (ni, está claro, a Urgencias) para una consulta, y que a veces podemos llevarnos “de regalo” un virus que no traíamos desde casa. 

La telemedicina puede ser una herramienta útil, siempre que no sustituya el trato directo con el médico cuando es realmente necesario. Todos hemos padecido el calvario de los centros de salud sin citas y las llamadas telefónicas que no pueden suplantar a una exploración en consulta. Eso es inadmisible, y los responsables de la sanidad pública son los encargados de poner remedio a esta situación. 

Sin embargo, hay ocasiones en las que la Telemedicina contribuye a mejorar la salud de las personas, y aquí va un ejemplo:

Imagina a un hombre mayor que vive en un pueblo de montaña y tiene una enfermedad cardíaca crónica que le dificulta respirar. Gracias a una aplicación en su móvil, puede enviar cada día sus niveles de oxígeno, su peso y su frecuencia respiratoria a un equipo médico especializado en esta patología. Si algo no va bien, los profesionales lo ven en tiempo real y le ajustan la medicación al momento, evitando un viaje agotador al hospital. A la vez, si se detectan niveles críticos en alguno de los valores, llaman al paciente y pueden enviar una ambulancia o gestionar un ingreso para valorarlo de forma presencial.

Pero —y este es un “pero” muy importante, recalco— si ese mismo paciente empieza a sentir un dolor en el pecho, ninguna videollamada puede sustituir a un médico a pie de cama (o de sofá). La tecnología es una aliada increíble, pero en muchos casos no puede reemplazar la calidez y el juicio clínico de una exploración física. Por tanto, hay que tratarla siempre como un complemento, no como un sustituto.

Chivatos de salud: los wearables o tecnología que se lleva puesta

Más de uno llevará en estos momentos un reloj inteligente capaz de hacer muchas cosas, además de dar la hora. Pues bien, los smartwatches también pueden convertirse en pequeños guardianes de tu salud.

Pongamos el ejemplo de una mujer con riesgo de sufrir arritmias. Una tarde, mientras ve una película, su reloj detecta que su corazón late de forma extraña, no rítmica y demasiado rápida. A veces (aunque por suerte, no la mayoría) este tipo de complicaciones son asintomáticas. Pues bien, el dispositivo puede enviar una alerta y hacer que la paciente consulte con su médico de referencia. Aunque todavía hay falsos positivos, los relojes inteligentes están entrenados para detectar algunas de las arritmias más frecuentes, como la fibrilación auricular. Y poner un tratamiento adecuado a tiempo puede salvar a esta paciente de complicaciones tan graves como un ictus.

Piensa también en un adolescente con diabetes tipo 1. Un sensor bajo su piel mide su glucosa sin parar. Si el azúcar le baja peligrosamente mientras duerme, una pulsera vibra y envía una alarma a su móvil y al de sus padres. Es tranquilidad para él y para su familia.

Suena maravilloso, ¿verdad? Pero aquí nos topamos con una barrera importante, y este es uno de los dilemas éticos de los que hablaba al principio: no todo el mundo puede permitirse llevar un dispositivo tan caro como un smartwatch. Si no lo tenemos en cuenta, corremos el riesgo de crear una brecha entre una “salud de lujo” para quienes pueden pagar estos dispositivos y una salud estándar para el resto. La clave podría estar en integrarlos de forma justa en el sistema público para aquellas personas que realmente los necesiten.

Inteligencia Artificial: un copiloto para el médico, no un piloto automático

Que levante la mano el que no haya consultado a ChatGPT sobre algún problema de salud. Y que levante la otra también quien no haya salido espantado ante la infinidad de patologías poco menos que mortales que le sugiere como diagnóstico. 

Dejar que una máquina interprete síntomas sin la supervisión de un profesional es muy peligroso, además de suponer una sobrecarga para un sistema de salud ya al límite de su capacidad.

Sin embargo, eso no es motivo para menospreciar aquellas situaciones en las que la Inteligencia Artificial sí ha demostrado poder aportar algo, por ejemplo en la interpretación de imágenes médicas.

Imagina a un radiólogo revisando una mamografía. La pantalla ya le muestra dos zonas que un algoritmo ha marcado como sospechosas. A simple vista, podrían pasar desapercibidas. El médico las examina con atención y confirma que una de ellas es un cáncer en una fase muy, muy inicial. Gracias a ese “chivatazo” de la IA, se ha ganado un tiempo vital.

Pero antes de que nos dejemos llevar por el entusiasmo, tenemos que hacer una pausa y plantear las preguntas difíciles:

  • ¿Y si la IA se equivoca por prejuicios? Si un algoritmo se entrena solo con datos de pacientes de piel blanca, por ejemplo, podría no detectar igual de bien una enfermedad en una persona de otra etnia. Hasta la fecha, los datos con los que se “entrena” a las inteligencias artificiales son poco claros y no podemos estar seguros de que no existan sesgos.
  • ¿Y nuestra privacidad? Para aprender, la IA necesita millones de datos de salud. ¿Quién nos asegura que esa información tan íntima está a salvo?

Existen numerosas cuestiones éticas referentes al uso de la IA por profesionales médicos y, hasta que no exista una regulación firme y unos estudios serios que garanticen su fiabilidad, este tipo de aportaciones deben mirarse con lupa y, por supuesto, con muchísimo sentido común.

La IA es un copiloto brillante, pero el médico debe seguir al volante. Porque la medicina, al final, va de personas que cuidan a personas.

Mundos virtuales para curar problemas reales

La Realidad Virtual (RV) no es solo para videojuegos. Es una herramienta terapéutica con mucho potencial, aunque no puede sustituir a la rehabilitación clásica con una atención sanitaria personalizada.

Pensemos en un paciente que ha sufrido un ictus y apenas puede mover un brazo. En rehabilitación, le ponen unas gafas de RV y, de repente, está en un jardín virtual donde tiene que atrapar mariposas de colores moviendo ese brazo. La terapia se convierte en un juego, y su motivación para recuperarse se dispara. Sin embargo, los estudios demuestran que esto debe tomarse como un complemento a la terapia rehabilitadora, no como intervención única.

Cambiando de contexto, visualiza a una mujer con pánico a volar. Con la RV, puede hacer terapia de exposición sin subirse a un avión. Se sienta en una silla, se pone las gafas y vive la experiencia completa: el despegue, las turbulencias… todo en un entorno seguro. Sesión tras sesión, su ansiedad puede reducirse hasta que está lista para enfrentarse a un vuelo real.

Y en el quirófano, la realidad aumentada podría ayudar a los cirujanos a practicar y mejorar su técnica sobre modelos virtuales, aunque este campo está aún en pañales. ¿Algún inventor en la sala se anima a desarrollar más esta tecnología?

Imprimiendo soluciones: la revolución de la impresión 3D

La impresión 3D es otro campo que ha avanzado muchísimo y que está creando soluciones médicas a medida.

Imagina a un paciente que ha perdido una pierna en un accidente. En lugar de esperar semanas por una prótesis hecha con moldes de escayola que luego se sustituyen artesanalmente por otros materiales como fibra de carbono, se escanea su muñón y, en un par de días, se le imprime una prótesis que encaja a la perfección, como un traje hecho a medida.

O piensa en un equipo de cirujanos que debe operar una malformación facial muy compleja. Antes de entrar a quirófano, imprimen una réplica exacta del cráneo del paciente. Practican la cirugía sobre ese modelo, anticipan problemas y diseñan implantes personalizados que encajarán como una pieza de puzle.

Y en el horizonte se vislumbra algo aún más alucinante: la bioimpresión. La capacidad de imprimir tejidos vivos —piel, cartílago— usando las propias células del paciente. Aún estamos muy lejos de imprimir un corazón funcional, pero ya no es el argumento de una novela.

Para todo esto, por supuesto, hace falta mucha inversión en equipos y en investigación. No es algo desarrollado por completo ni que esté al alcance de cualquier sistema de salud. Pero por eso nos interesa defender la sanidad pública y la colaboración entre países, porque nunca sabemos si vamos a necesitar una córnea, una pierna o un pulmón artificial… Y está claro que, de nuestro bolsillo, la gran mayoría no nos lo vamos a poder permitir. Más vale que la Ciencia haya avanzado para cuando llegue el momento.

Conclusión: la tecnología como herramienta, la humanidad como brújula

Como ves, la medicina del futuro ya está llamando a la puerta. Estos instrumentos son increíblemente poderosos, pero su verdadero valor no está en la tecnología en sí, sino en cómo la usamos.

Innovar no significa reemplazar al médico por una pantalla o un algoritmo. Significa darle al profesional mejores herramientas para ser más preciso, darle al paciente más control sobre su salud y, en definitiva, hacer que la medicina sea más capaz de lo que de verdad importa: cuidar.

La tecnología puede ser el motor del cambio, pero la humanidad debe ser siempre nuestra brújula.

Bibliografía

Como siembre, aquí no dejo solo mi opinión, sino que os comparto varios estudios científicos que hablan acerca de muchas de las cosas que he mencionado en este artículo:

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(c) Nuria Chicote, texto y fotografías

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