miércoles, enero 29, 2025
Humanidades

Escribir para contarla

El pasado noviembre, KRELIA, la Asociación de Creadores Literarios de Álava, presentó el libro Vitoria-Gasteiz, Una ciudad para contarla, publicado por Nimbo Ediciones. Se trata de una recopilación de cuentos inéditos que podemos encontrar a la venta en las librerías Anegón, Arlequín y Elkar, y bajo pedido en el resto del sector.

Descubrimos en sus páginas una antología de veintitrés relatos, de la pluma de algunos de los miembros de KRELIA, presentados al inicio de cada cuento. Las narraciones recorren la ciudad, en bicicleta, reflexionando sobre la naturaleza humana, indignados ante la incomprensión del deseo de enseñar, de compartir, de aprender (Geranios, de Catalina Garcés). Las historias son acogidas en sus localizaciones más emblemáticas, desde el Palacio de Montehermoso, (La despedida, de Leire Mauleón) hasta la Taberna del Zurdo, (Las cinco monedas, de José Vicente Alonso), amén de los barrios que la han visto crecer (Divertimentos, de Victoria Gastón Prada; La ciudad de las colinas azules, de Ángela Mallén). Leyendo los textos de nuestros escritores locales, transitamos por las memorias de sus calles, de la mano de los que la viven, en los que vemos reflejados perfiles fácilmente reconocibles. Habitantes que tejen la ciudad desde sus inicios, entre los que podemos atisbar a nuestros abuelos, padres, amigos y vecinos (La primera luz en mi ventana, de Mariasun San Miguel; Toda la vida buscando las tijeras, de Marisol Ortíz de Zárate).

Su historia, desde el punto de vista arquitectónico, artístico y social, interiorizada y amada desde la infancia en el caso de unos, adoptada a su llegada para otros, sale de los muros que cobijan sus pasos y conduce, partiendo de la cotidianidad, las determinaciones que marcan las biografías. Las piedras de la villa son testigos mudos de verdades inconfesas, evidencian enfermedades que borran la memoria (La ciudad de las colinas azules, de Ángela Mallén) y delatan lacras que ensombrecen una, a veces cuestionable, evolución social (Las almas de Celeste, de Tania Lagunilla).

Desde su emplazamiento, los diferentes edificios y monumentos asisten al devenir de sus moradores, observan la deriva de sus resoluciones, marcadas por miedos y pasiones, miserias y heroicidades. Vidas comunes selladas por la impronta de esta ciudad del norte, que nos confiere un carácter duro y reservado, crítico y rotundo. El hilo conductor de los trazados nos adentra en trayectorias conexas entre sí, que no dejan lugar a la renuncia, que pelean por sus convicciones, asumiendo errores, reconstruyendo el presente y abordando el futuro.

Sobrevolamos el territorio a golpe de efecto mariposa, desde los primeros asentamientos de la colina, dibujando el curso de la almendra medieval, el ensanche, a lo largo de los distritos construidos para recibir el aluvión de trabajadores aterrizados aquí, para nutrir su industria y construir la urbe que es hoy, codo a codo con los autóctonos, con la esperanza de ofrecer a las generaciones futuras una oportunidad. Representantes de la cultura, locales, junto con los llegados de otras provincias, llenaron sus aulas y cimentaron esa coyuntura desde sus tarimas. Así se conformó una ciudad firmemente creyente y defensora de lo público, que apostó desde el principio por servicios sociales de calidad, abiertos a todos aquellos migrantes dispuestos a cultivar una ciudad privilegiada, que provoca la admiración de aquellos que la visitan.

Sumergirse en Vitoria-Gasteiz también es hacerlo en el arte, con sus escuelas y palacios centenarios, su vieja catedral como faro, (El silencioso lenguaje de las piedras, de J.M. Boal) desde lo alto, iluminada por los colores de sus murales (Muralismo, de Tomás Conde), que también cuentan historias de ayer y de hoy. Desde sus pinceles y con el entusiasmo de los guías, desentrañan sus misterios, explicando pinturas que hablan de música, de nuestro recorrido, imágenes que no olvidan la denuncia social de conflictos generacionales, que pugnan por la integración de nuestra diversidad, que nos envuelven en telas que nos recuerdan los usos de sus rincones y revindican las culturas que un día confluyeron y que hoy cuestionamos, cegados por el olvido. 

Estos cuentos nos describen, entre otras leyendas, el entusiasmo de los estudiantes descubriendo su entorno, narran de historias de amor y desamor, de conflictos y desencuentros, de viajes al pasado, de miradores discretos que observan la vida, los encuentros y las despedidas (Arantxa simplemente, de Jorge Girbau Bustos, Un trampantojo con trampa, de Vanesa de la Puente)

Muchas de estas leyendas se centran en la simbólica plaza de la Virgen Blanca y sus aledaños (A la luz de las sombras, de Adolfo Canillas; Bajo la Sombra de Wellington, de Jesús María Sáez; El tiempo es el que es, de Macarena Goñi) punto de encuentro de festividades y triunfos de nuestros equipos deportivos, pero también de protesta contra los diferentes terrorismos y horrores que nos azotan, de guerras locales e internacionales, de pueblos a los que estamos indiscutiblemente vinculados, como las comunidades palestina y ucraniana, que tanto peso tienen en la vida de la ciudad. Una plaza que proclama alegría y a la par, reclama la paz y el entendimiento de las sociedades, tras las pancartas y las proclamas. Vitoria-Gasteiz fue una ciudad de militares y conventos, azotada por diferentes guerras, pero también cuna de artistas, intelectuales y librepensadores, ejemplo de la lucha obrera para el resto del estado y de convivencia y respeto por los derechos de todos. Y esta plaza ha sido testigo de todo ello, así como de las aventuras de los protagonistas de la obra.

Cómo y por qué Hermenelinda acabó llamándose Koldobika, de J. Manuel Septien Ortiz, hace un guiño al funcionariado, tan denostado por los ciudadanos cuando se enfrentan a él, impertérrito, movido por los hilos de una burocracia a menudo discordante con la practicidad. Espe, de José M. Imízcoz, no olvida los museos, abiertos a todos, escuelas impagables que reciben a todo aquel que quiera empaparse del pasado, para comprender el presente y enfocar el futuro, desde una mirada más asentada y serena.

Viaje al pasado, de Loli G. Garcia, nos sitúa en el Asilo de las Nieves, donde el deseo de recuperar una joya como es la máquina de escribir Underwood Nº5, conllevará un hallazgo inesperado que reescribirá otra historia.

La trayectoria de los relatos abre un hueco necesario hacia los bosques que la circundan (De la ciudad blanca al paraíso perdido, de Lucía López- Villalta Jiménez), que despejan nuestro espíritu y son, gracias al esfuerzo de todos, marca de ciudad y patrón a seguir por capitales europeas. El decimonónico parque de la Florida (donde se ambientan El aleteo de la mariposa, de Jesús Camarero, Niñeras en la Florida, de Concha Murua o El parque de la Florida y tú, de Raquel Valencia, Una aventura en la selva, de Belén Fernández) tiene las huellas de generaciones que pasearon, bailaron y se enamoraron en él, los ecos de los niños que lo disfrutaron, bajo la mirada nostálgica de sus predecesores, que ven proyectadas sus propias infancias en los juegos.

Estos escritos son nuestro espejo, una mirada en la que nos reconocemos sin dificultad, descúbranla y búsquense en su lectura.

(c) Beatriz Rey, texto y foto

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