domingo, marzo 9, 2025
Arquitectura

¿Quién sabe dónde?

El Arte es cien por cien Emoción. Un cuadro que no te activa estímulos no es bueno; al menos para ti. Una novela que no te provoca sensaciones no es buena; al menos para ti. Una canción que no te remueve el alma, un edificio que no te eriza la piel…

Hay obras de Arte que lo son porque cumplen ciertos cánones y características inherentes a ser reconocidas como tal, aunque haya personas a quienes no les gusten o, peor aún, les sean indiferentes. El Arte es una continua discrepancia entre objetividad y subjetividad, como (casi) todo en la vida, siendo la indiferencia antes citada su peor enemiga.

Hoy quiero prestar atención a un edificio que pasa desapercibido en nuestra ciudad, pero que tiene un aura especial a su alrededor: el colegio Carmelitas – Sagrado Corazón. Igual no sabes ni cómo es, porque está encajado entre calles y su perspectiva no es buena desde la acera, pero esto no siempre ha sido así.

Viajamos hasta 1884, cuando los manantiales del Gorbea se veían obligados a suministrar más agua a una ciudad en continuo crecimiento. Las Carmelitas de la Caridad, ya establecidas en Vitoria, decidieron construir este colegio a las afueras de la ciudad, en una zona que aún carecía de urbanización, al lado de la fábrica de naipes de Heraclio Fournier. Don Fausto Íñiguez de Betolaza era el arquitecto provincial y fue él quien diseñó este y otros muchísimos proyectos más de aquella época. El «Anteproyecto de Convento de Carmelitas de la Caridad y Colegio del Niño Jesús que se ha de construir en Vitoria» se firmó el día 11 de julio de 1892 (inicialmente adoptó el mismo nombre que el centro educativo que Las Carmelitas ya tenían puesto en marcha).

Foto antigua con cúpula (fuente: conociendoalava.blogspot.com)

El colegio fue inaugurado en agosto de 1894. Me parece oportuno señalar que este centro acogió desde el inicio colegialas internas y externas «de pago», y otras colegialas internas «pobres» cuya enseñanza se costeaba con las cuotas de las anteriores y gracias a las donaciones de varias familias vitorianas, entre quienes me gustaría destacar a Felicia Olave, mecenas local cuya manera de vivir dio mucho de qué hablar. Yo, fiel defensora de la educación pública, agradezco a quienes aportaron a que niñas sin recursos pudieran estudiar cuando el acceso a la educación no era (ni de lejos) universal. Esto que ahora resulta escandaloso, clasista y discriminatorio era antes un acto loable que merece ser destacado.

Diez años después de su apertura y con más edificios a su alrededor, el colegio creció hacia el sur en la primera de sus muchas obras de expansión y remodelación, hasta llegar a ocupar los más de seis mil metros cuadrados de superficie que ocupa a día de hoy, tras varias compras, cesiones y permutas tanto de edificios como de terrenos. Del edificio original solo nos queda la parte que hace esquina entra las calles Fueros y Florida, donde se mantiene el portalón de acceso y se atestigua la estética arquitectónica del ensanche vitoriano.

Podemos observar en las fotografías más antiguas una cúpula que parece ser el guardia que custodia la entrada principal de la instalación, el portalón. Sencilla, vistosa y elegante, esta cúpula destacaba en el skyline de la época junto con su vecina, que aún sigue en pie y en muy buen estado, la cúpula de la antigua fábrica de naipes. Nuestro guardián de la entrada en algún momento dejó de ocupar su sitio, sin que yo haya encontrado el cuándo ni el porqué.

Y si hablamos de colegio, tenemos que hablar de café. ¿No es acaso costumbre tomar un cafecito con otras madres y padres después de dejar a las «criaturas» en el cole? El café de la Olava, El café Universal y otros establecimientos de aquel nuevo y moderno Barrio del Arca eran lugares de encuentro habitual entre las familias que ocupaban la zona más alta de la pirámide social. Quién sabe, igual dedico algún artículo a repasar la historia cafetera de nuestra ciudad…

Con dos cúpulas (fuente: vitoriaenfotos.blogspot.com)

En este punto del artículo vamos a desvelar la razón por la que he elegido este espacio para el artículo de este mes. ¿Qué es lo que más me llama la atención de este edificio? Que por sus pasillos han circulado monjas, niñas, niños, enfermeras, educadores… y presas. Sí, has leído bien: presas. Mujeres alavesas fueron retenidas tras los muros de este colegio durante los años de golpe militar, guerra civil y postfranquismo. Parte del edificio fue requisado en contra de la voluntad de las religiosas para habilitar una cárcel donde castigar a mujeres que ni aceptaban asumir el papel secundario que la sociedad les imponía ni compartían la ideología franquista. En algunos casos, el único delito cometido era pertenecer a una familia de «rojos». Las presas eran exhibidas cual ganado por las calles del centro de la ciudad con el pelo rapado y un mechón con un lazo rojo, les hacían barrer las calles, les obligaban a ingerir aceite de ricino para purgar sus estómagos… La humillación pública difundía el miedo y acallaba a quienes deseaban alzar la voz en contra de quien tenía el poder a base de fuerza. La Historia está repleta de antítesis como ésta: un edificio fundado para educar y ayudar a lograr la independencia intelectual y social de niñas fue temporalmente utilizado para castigar a mujeres con ideas e ideales. Desde 2018 una placa conmemorativa recuerda y homenajea a estas mujeres con el cariño y el respeto que merecen, para que nunca se borre de nuestras memorias que gracias a su lucha nosotras somos quienes somos.

Placa Sagrado Corazón

Sé que apenas he hablado de arquitectura, o tal vez sí. Como he dicho al principio, se trata más de sentir que de mirar. Hoy en día este edificio ha perdido su estética original, algo que me entristece, pero a favor de las últimas obras realizadas debo indicar que es un referente de arquitectura pasiva aplicada al ámbito educativo.

Tras leer este artículo me gustaría que te acercaras al colegio para observar sus fachadas, distintas entre sí como prueba de sus múltiples evoluciones a lo largo del tiempo. Colócate al lado de la placa que honra a las mujeres allí encarceladas e imagina las aceras sin adoquinar, las niñas con uniforme, las risas en el patio, las monjas en sus dormitorios, los primeros chicos en cruzar ese portalón, los llantos de ira de las presas tras las ventanas… Siente todo lo que unas (aparentemente) simples paredes te cuentan y, por favor, si sabes dónde está la cúpula, cuéntamelo.

(c) Vanesa de la Puente, texto y fotos. Algunas fotos están recogidas de distintos blogs sobre Vitoria. Copyright a pie de foto.

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