“Segundas intenciones”, de Almudena Fernández de Ostolaza
Este thriller judicial nos reúne de nuevo con Inmaculada Alday, la joven jueza que conocimos en Primera instancia, publicada en 2019, junto con el estilo conciso y sólidamente construido de la autora, consolidada como novelista en su segunda entrega.
Regresamos al recóndito pueblo de Cádiz de la primera novela, uno de esos rincones apacibles de la bella Andalucía, donde aparentemente la vida transcurre sin grandes sobresaltos, todos se conocen y las rencillas se reducen al ámbito doméstico.
En Segundas intenciones, un divorcio complicado deriva en tragedia y acaba con la vida de Álvaro Muñoz Estrada, un popular empresario, respetado y apreciado por casi todos, cuya fábrica emplea a gran parte de la pequeña población. Su ausencia en la firma que cesaría legalmente su matrimonio con Mariola, ex despechada y aferrada a una ambición desmedida, obsesionada con hacerse con gran parte de la fortuna amasada por el capitalista, así como del control de la dirección de la factoría, desata todas las alarmas.
Hallan el cadáver de nuestro protagonista atrapado en su coche, tras un fatídico accidente que pronto se descubre no fortuito. Es aquí donde comienza el proceso jurídico, desarrollado a lo largo de trece capítulos, a finales del verano de 2006, dejando a Ana, una novia aturdida, a las puertas del altar. Cayetana, futura gerente de la empresa, impuesta por Mariola, no está exenta de sospechas, avaladas por movimientos inciertos y poco transparentes en su gestión. A esta tríada de puntos de mira se unen otros posibles agentes, pasiones ilícitas entre las personas que rodeaban a Álvaro, alianzas por el control de la industria y traumas familiares no resueltos, desgranados al final de cada capítulo en pertinentes y bien hiladas regresiones al pasado de los protagonistas.
Almudena perfila sus personajes sobria, pero escrupulosamente, envolviendo de manera hábil y sutil al lector, haciéndolo danzar entre el celo profesional y las personas latentes tras la investigación jurídica, que se debaten a lo largo de la novela, en lo estrictamente personal, entre el debo y el puedo, aferrados a lealtades mal entendidas, caducas y autoimpuestas.
Estamos ante una trama ágil, con giros inesperados que atrapan, en una red de traiciones magistral, en las que su pluma desplaza cualquier asomo de lugar común o evidencia. La investigación cuenta con profesionales eficientes y certeros, entre ellos Inmaculada, nuestra jueza, mano a mano con Julián, su hombre de confianza. Ambos recaen en un baile de seducción, ya palpable en la primera novela, derivado en esta segunda intriga en un tango de desencuentros y confesiones a destiempo, que afectarán puntualmente a las pesquisas.
Un final tan sorprendente como los oportunos volantazos que la exponen, sellan esta intriga y nos hace contener, expectantes, la respiración. Como la vida misma, cuando es afrontada intensamente, asumiendo decisiones y sus ineludibles consecuencias.
(c) Beatriz Rey, texto; Editorial Cosecha Negra, foto