Impureza: el arte de celebrar la mezcla

Érase una vez, en una tierra donde los caminos se cruzaban como venas vivas, dos mujeres que venían de mundos distintos, pero que soñaban con lo mismo: contar una historia sin fronteras.
Una de ellas se llamaba Askoa Etxebarrieta, aunque muchos la conocían como La Pulga. Sus pies guardaban el secreto del fuego antiguo, ese que nace en el flamenco y se transforma cuando escucha otros ritmos.
La otra era Sonia Estévez —la del “casi Goya”—, y tejía imágenes con hilos de luz y sombra; sus manos sabían contar lo invisible.
Un día se encontraron en una plaza sin nombre, donde los tambores africanos se saludaban con palmas flamencas, y donde los cuentos se contaban en euskera o en castellano, según lo pidiera el viento.
—¿Y si bailamos nuestras raíces como si fueran ramas? —preguntó Askoa.
—¿Y si proyectamos nuestras dudas, para que también puedan bailar? —susurró Sonia.
Así nació Impureza, una criatura hecha de mezclas, de remiendos bellos, de encuentros improbables. No era una obra. Era un viaje en tres estaciones.
Primero llegó el invierno: ese momento en que uno no se encuentra, no encaja, no sabe dónde pertenece.
Después, la primavera: donde se descubre que hay mil formas de entenderse, aunque no hables la misma lengua.
Y por fin, el verano: la fiesta. Esa celebración donde todos caben, donde lo puro se desvanece en favor de lo compartido, lo diverso, lo vivo.
Con la música de Manuel Jiménez Ballena, la voz de Mónica Núñez, y los textos de Ainhoa Urien. Estuvo también Idoia Zabaleta, que supo escuchar el silencio entre los gestos y decir: “por aquí”.
Tardaron tres años en construir este sueño. Viajaron por montañas y centros de creación, se refugiaron en Azala y Garaion, donde la magia todavía se cuida como se cuidan los brotes.
Ahora, Impureza está lista para salir al mundo. Y como todo buen cuento, no termina, sino que empieza. Cada función será una nueva página; cada aplauso, una llama que sigue encendida.
Esta pieza escénica no busca respuestas, sino encuentros. Es un conjuro donde la identidad no se fija, sino que se disuelve.
Impureza no es desorden. Es memoria mestiza.
Es el eco de pueblos que se saludan en una plaza, en una feria, en una fiesta sin banderas.
No hay pureza posible en lo vivo: todo corazón late mezclado.
Desde la introspección del no pertenecer, pasando por el descubrimiento del otro, hasta desembocar en la fiesta, esta obra propone un viaje. Un rito escénico donde se abrazan disciplinas y sensibilidades, orígenes y deseos.
Un carnaval de lo impuro, donde las heridas se visten de alegría.
La obra se abrió al público en el Teatro Federico García Lorca (CC Lakua) el 11 y 12 de junio para que la Impureza se estrene, como bien lo merece, en sus dos idiomas.
Ahora tras el estreno, el viaje continúa porque celebrar es también resistir.
Y en la impureza, como en la fiesta, todo se transforma.
Porque al final, este cuento nos recuerda algo muy simple:
que nadie es puro, y por suerte, nadie lo necesita ser.
La belleza está en lo que se mezcla, en lo que se atreve a bailar con lo diferente.
En lo impuro, como la vida misma.
(c) Arantza Cordero, texto; Imágenes de Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz e Impureza