Destino o casualidad
El artículo de este mes comienza con una consulta a la RAE, para conocer la definición exacta de una palabra que me parece especialmente hermosa: SERENDIPIA. La academia define este sustantivo femenino como «hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual» y nos aporta estos sinónimos: serendipidad, casualidad, carambola, chiripa.

Conocí esta palabra por ser el título de una comedia romántica americana, Serendipity, que explora la relación entre el amor y el destino. No sé por qué en castellano la titularon Señales de Amor, con lo bonita que es Serendipia. Este concepto implica una serie de eventos fortuitos que nos conducen hasta nuestro sino. ¿Solo si hablamos de amor? En absoluto.
En Vitoria-Gasteiz tenemos un elemento arquitectónico que enamora a quien se deja deleitar con su belleza. Se trata de un recurso arquitectónico que nos identifica sobre todos lo demás y que está protegido como patrimonio histórico y cultural: nuestros blancos miradores. La Virgen Blanca, desde la posición privilegiada que le ofrece la hornacina desde donde nos cuida, disfruta de una de las mejores vistas para admirar los miradores que lucen el color de su nombre, como este de formas orgánicas que pertenece a una de las fachadas del Ayuntamiento y que es conocido por sus formas orgánicas como El Palmeral. Situado en la esquina entre Mateo Moraza y la Plaza, ocupa dos plantas del edificio y cada una de ellas se compone de nueve cuerpos que corresponden a los nueve ventanales. Está recién reformado y es precioso.

En el Casco Viejo y en el Ensanche, siendo Olaguibel y Aguirre dos de los muchos arquitectos que impulsaron esta moda decimonónica, los miradores unen el exterior y el interior de las viviendas cumpliendo finalidades estéticas, bioclimáticas y de uso: son indudablemente bellos, las cristaleras nos protegen del frío pero son expertas capturando el calor de los rayos de sol, y permiten ganar más metros útiles que las clásicas ventanas. Los miradores originales eran de madera y cristal; actualmente, la madera se sustituye por aluminios y PVCs en muchos casos. El cristal también ha evolucionado desde entonces, siendo este material el que más influencia ha tenido en los cambios de la estética de nuestros miradores. Los primeros se caracterizaban por tener muchas divisiones de carpintería y, consecuentemente, muchos cristales pequeños, hasta que en 1840 los franceses desarrollaron una técnica para trabajar con formatos de cristal más grandes. ¿Cómo te gustan más?

Serendipia. Como casi todos los grandes descubrimientos, nuestros miradores también se crearon por casualidad, como consecuencia de ciertas decisiones que se tomaron al ritmo del avance de las técnicas y los gustos. Las primeras ventanas que se conocen como tal fueron las saeteras, esas que aún admiramos en castillos medievales, catedrales y edificios antiguos. Poco a poco se fueron reforzando los huecos, creando los primeros ventanucos. Desde ese punto de partida, maestros y artesanos fueron mejorando su técnica gracias al estudio de la transmisión de fuerzas, hasta conseguir enormes ventanales que son auténticas obras de arte y maravillas de la física. En el plano doméstico, la ventana se abría bajo un dintel y se apoyaba sobre una repisa que hacía las funciones de vierteaguas. Esta repisa era, por tanto, la base de la ventana. Cuando existió la opción de ampliar los huecos de las ventanas hasta el suelo, la repisa parecía ser una parte de la solada que se expandía hacia el exterior de la fachada. A alguien se le ocurrió que, ya que teníamos más metros «al alcance de nuestros pies», sería buena idea colocar la ventana rodeando el perímetro de la repisa para aprovechar ese espacio adicional. Poco a poco estas bases ganaron tamaño y robustez, creando los miradores que hoy tanto nos gustan. ¿Por qué blanco? Hay libros y escritos en los que se habla de la sensación de discreción y pureza del color, algunos apuestan por ser un homenaje a la Virgen, otros a la facilidad para adquirir pintura blanca, a su precio accesible… ¿Cuál es la repuesta correcta? La desconozco.

Ya que he titulado el artículo como una canción de Melendi, voy a poner un par de estrofas que hablan de la serendipia. Con un poco de imaginación (o bastante), bien podría referirse el cantante y compositor de esta pieza al amor que surge entre la madera y el cristal de nuestros miradores:
Dos extraños bailando bajo la luna
Se convierten en amantes al compás
De esa extraña melodía que algunos llaman destino
Y otros prefieren llamar casualidad
Y bailan
Sin que les importe nada que suceda alrededor
Y bailan
Y la gente que les mira va creyendo en el amor
Siempre os invito a pasear para que, después de leer mis artículos, miréis con otros ojos aquello que os describo. ¿Te apetece mirar miradores? Cada uno de ellos es único y especial.
(c) Vanesa de la Puente, texto, fotografías y gráfico, a excepción de Mirador el Palmeral. Foto de patrimonioglobal.es
Excelente articulo y muy bien traido