sábado, mayo 10, 2025
Humanidades

No estoy loco, soy mentalmente divergente

Victoria Gastón (Agurain-Salvatierra), nos presenta su último libro “El álbum de los muertos” (Nimbo Ediciones, 2024). La escritora, secretaria de la Asociación de Escritores de Euskadi, ya había debutado por arte y magia (nunca mejor dicho) durante la pandemia con “El ladrón de veletas y otros relatos”, que más tarde complementaría con su segunda obra “Cuentos del novilunio”, también de narraciones breves. 

Victoria, siempre influenciada por su infancia en el pequeño pueblo zamorano de Trefacio, nos invita a un recorrido imaginario por el devenir de la debilidad humana, radiando en su dictado un aviso de que las ánimas están ahí, en las leyendas trasmitidas generación a generación o, acaso, a la vuelta de cualquier esquina esperando a que alguien las rescate de su absurdo divagar.

Podemos decir que “El álbum de los muertos”, primera novela larga de la autora es, posiblemente, un libro de viajes, de aventuras tal vez; incluso un ejemplar parcialmente gótico, repleto de muertos que aparecen y desaparecen sin desmedido trauma, inmersos en un mundo a caballo entre lo real y lo fantástico.

MEMENTO MORI: RECUERDA QUE HAS DE MORIR

A lo largo de la historia, contada en primera persona, Carmen, nuestra madura protagonista, divorciada, con una hija perdida a la que ansía recuperar, e internada los últimos años en un centro psiquiátrico, se embarca en una aventura misteriosa y subterránea, como el metro que la traslada tantas veces de un lugar a otro de Madrid y en el que conocerá a una misteriosa anciana, regurgitada desde la boca del metropolitano del mismísimo cementerio de la Almudena. Con el tren número 10 como referente de ultratumba, ambas se mezclarán con «muertos vivos o vivos muertos», según se mire, con la única misión de rescatar a los difuntos perdidos que han quedado vagando, descolocados, entre los dos mundos. Finamente la anciana cede a Carmen el testigo del trabajo y a su propia gata, fiel compañera de desventuras, que a partir de ese momento formará un tándem inseparable hasta el final del libro, a modo de un Sherlock Holmes femenino y un Watson félido peculiar, embutidos ambos en un estudio en escarlata.

A lo largo del libro, entre sus 260 páginas fáciles de leer, surgirán reflexiones sobre temas trascendentes como la muerte, la locura o los suicidios, mientras la protagonista y su gata adoptiva recorrerán parajes variopintos a lo largo y ancho del planeta, jugando entre lo serio y lo trágico a modo de cambalache literario, aportando esa pizca necesaria de humor al conjunto del relato.

Desde Madrid a Cuba, pasando por Palermo, Turquía, Llanes, Sevilla, Astorga o Bailén, Carmen se dedicará a desfacer entuertos lúgubres mortuorios y sobrenaturales, entre el más allá o el más acá (según se mire), recolocando a los no muertos o sí muertos pero inconexos, en su destino final. Todo ello pese a que la protagonista disfruta de lo lindo investigando la Guerra de la Independencia en Vitoria y rememorando momentos peculiares, acompañada de su hija, que se sumará finalmente al equipo de expedientes X, comiendo un delicioso bocadillo de calamares en la Plaza Mayor de Madrid, como debe ser.

A VECES VEO MUERTOS

Conoceremos momias extraviadas como la de una niña en las catacumbas que desea jugar en paz; oiremos a represaliados pendientes de encontrar descanso final tras una contienda desbastadora; seguiremos los pasos de niños huérfanos vagando huraños en sórdidos sanatorios para tuberculosos… Intimaremos con seres excepcionales merodeando confundidos y olvidados en el museo Reina Sofía; nos asustaremos ante nigromantes que nos advierten sobre los peligros de jugar con la Santa Campaña, esa procesión de ánimas que, a modo de tétrica comitiva de almas en pena, deambula con túnicas negras merodeando durante la noche…

En fin, seguiremos el curso de un relato ameno, entre la paramnesia confesable de su protagonista, tal vez médium o tal vez chiflada, con los encargos detectivescos del bufete de abogados al que pertenece, los escarceos amorosos anecdóticos, el reencuentro con su querida hija, y las indicaciones pertinentes de la gata sin nombre que recela y se esfuma, como un río Guadiana teñido en rojo, para desembocar en un final abierto a la imaginación del lector.

(c) “Txusmi” Sáez, texto y fotografia

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